naceran rosas

Del libro Así Hablaba Quetzacoatl, Caitl Acotl

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Y esto comentaba Quetzalcóatl a sus más íntimos:

Ayer me sumí entre las alas del tiempo y fuí llevado por el camino del Por Venir.
Al llegar a un recodo del camino divisé a la «ciudad de la vida» durmiendo sobre el «valle de la esperanza».

Cuando la ví, deseé acercarme, pero una mano amiga me detuvo y me dijo: Hermano, antes de entrar ahí mírate bien y conócete, porque todo aquel que se acerca es confundido.

Y yo me miré hacia adentro y ví que estaba fortalecido y que mi Luz era fuerte y deseé ir.

Y entonces divisé una plaza pública y ví cómo azotaba la Ignorancia a la Sabiduría, y como se enseñoreaba de todos los ambientes y sentí náuseas.

Quise retirarme, pero la mano que antes me quería evitar el entrar, ahora me impedía salir.

Ví cómo llegaban el Egoísmo y la Comodidad con el disfraz de la Libertad, y todos como una masa les cantaban y abrían sus brazos para recoger sus «enseñanzas».

Y entonces divisé en un rincón de una casa a la Hermana Humildad, abandonada por todos y vestida con harapos. Ahogaban sus súplicas con risotadas y blasfemias.

Y las lágrimas cayeron sobre mis mejillas y supliqué al Cielo. De nuevo miré y ví a la luz del día cómo se prestaba oído a la Presunción, y se olvidaba a la Honestidad. Y se expulsaba de la ciudad a aquellos que hablaban con el corazón, mientras se halagaba a aquellos que con bellas palabras encubrían el engaño.

Y miré a través de los muros del Templo y ví que se ahogaban los sentimientos con supuestas plegarias. Y miré a muchos que abrían la boca para orar pero que tenían cerrado su corazón bajo diez llaves. Busqué en el altar la respuesta y ví que aquel que dirigía las plegarias tenía el corazón mas cerrado que ninguno.

Entonces me dije: Iré a ver lo que hacen con las nuevas semillas, porque ellas serán los futuros árboles que sombreen la ciudad. Y bajé hasta una escuela. Pero ví con horror que tan sólo se enseñaba a dormir, porque todos dormían el sueño de la vida. y muchos niños lloraban, y otros se hacían ya rebeldes.

Ante tal caos, me fuí a un rincón de una calle y busqué la Soledad. Ella vino a mí y me dijo: Mírame hermano, llena estoy de ruido. Mi vestido está manchado y ya ni yo misma me conozco. Déjame que descanse un rato sobre tu pecho para tomar fuerzas.

Después salí a una plaza pública y ví a muchos por todas partes, de todas las lenguas y de todas las ideologías, que se enfrentaban unos con otros porque cada uno creía poseer la Libertad y se peleaban e incluso se mataban entre ellos por darla a la gente. Más ví con pena que lo único que llevaban era una palabra llamada Libertad, escrita con lágrimas y sangre y que todos estaban encadenados a ella, unos con cadenas de fierro y otros con cadenas de oro. Y en medio de ellos ví cómo, entre todos, crucificaban a un Hijo de la LIBERTAD, le escupían a la cara y se reían de El, le vituperaban y le apedreaban con palabras…

Desesperado, salí a los campos y en ellos ví que la Codicia pretendía poner cuatro cosechas donde tan sólo había fuerza para una. Ví a los pajarillos que huían de la ciudad y se refugiaban en las ramas más altas de los árboles porque temían la malicia del hombre. Y oí los gritos desesperados de los animales, que esperaban ser sacrificados, salpicando de sangre inocente los mataderos, para después calmar la saciedad brutal y la Gula de su «Hermano Mayor», el Hombre.

Y entonces me volteé en el tiempo, desesperado. Me arrodillé y pedí porque aquellas cosas no ocurrieran.
Entonces un soplo de viento me trajo unas palabras que me susurraron al oído: Así como del estiércol pueden nacer rosas, de este caos nacerá el Hombre Nuevo. Siembra, hermano, tu semilla, para contribuir a su DESPERTAR.

Publicado en REFLEXIONES.

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