Sucedió ya hace mucho tiempo, cuando la humanidad entraba en la oscura noche de su historia, que un alma integra, en dominio de su clara visión frente a los acontecimientos que a futuro arremeterían contra todos los valores de la vida sobre la faz de esta tierra, se propuso señalar para la posteridad un valor esencial para nuestras vidas, del que deviene toda la abundancia que los seres podremos por siempre compartir, y que le era evidente sería luego olvidado entre las tinieblas que se alzarían para engañar la atención de nuestras mentes.
Con tal propósito instauró, para las fechas de la mayor celebración anual colectiva «pagana” (del latín paganus, que significa «habitante del campo»), a saber la festividad solar del 25 de Diciembre, la tradición del árbol de navidad que, si bien ha mutado con el devenir de los tiempos, destacaba originalmente la abundancia y provisión con que los árboles nos correspondían con sus frutos.
Así fue que, con firme propósito, consiguió que cada familia de su pueblo hiciera tradición el poner sobre su altar, un árbol del que pendían una buena cantidad de frutos que recordaba para todos la fuente original y simiente para nuestras vidas, desde donde proviene todo nuestro sustento (alimento, madera para el calor y refugios, etc, etc). Inicialmente frutos en estos árboles que luego fueran derivando en ornamentos artificiales a medida que las ciudades se instauraban con sus hábitos de vida cada vez más alejados de la vida natural y los fecundos campos antes habitados.
Y la tradición perduró, y el símbolo trascendió la noche oscura para aún estar presente con su mensaje, el que despertaría a su debido momento entre las confundidas mentes, de quienes se dejarían engañar por las ilusiones del falaz consumo que hacía pobres a tantos y torpemente ricos a unos pocos. Y pese a que se cernió tenazmente la neblina del materialismo sobre el cada vez más tergiversado símbolo de nuestra abundancia, y que nuestra atención cedió a extraviarse en la ambición de chucherías que sólo eran accesibles mediante el falso sacrificio del trabajo, llegaría el día en que el sentir de la humanidad volvería su atención hacia los verdaderos regalos de fecunda libertad que derivaba de nuestros campos y por el que nuestro sacrificio nos correspondía con su alimento… no sin antes antes haber por ello sudado nuestras frentes al cultivarle y cosecharle.
Pero hay un secreto más contenido en esta historia, y es que pese a la aparente separación de los seres, cada uno y sus familias poseen en sí el don, pues seguimos siendo poseedores, de una u otra forma, de algún conocimiento de abundancia que nos acerca a esa condición vital original señalada por aquel vidente de épocas pretéritas, por cuyo propósito nos llama la atención acerca del resguardo de nuestros valores naturales y de la vulnerabilidad e indefensión que hoy amenaza nuestra fuente de provisión original, nuestro alimento, nuestras semillas…. el secreto es este don resguardado tras las murallas de división de nuestros hogares, el que expresado y compartido entre todos, nos señala como un único y gran bosque de fecunda abundancia…. así la humanidad.
Esta historia, sea o no cierta en sus detalles, no creo sea relevante, mas, “por sus frutos le reconoceréis”
El Árbol de la Vida sea nuestro Presente
para el bien de todos… Todo
bendita abundancia
∞ natividad
No Sueñes menos que el Paraíso en la Tierra y despierta, grado en grado, su posibilidad
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