Felicidad… la ciencia del nuevo milenio

Fuente: María Cristina Jurado en Revista El Sábado, 22 de Marzo 2008, diario el Mercurio.

Ser feliz dejó de ser materia de poetas. Hoy, sociólogos, economistas y legisladores ven en el bienestar individual una tarea colectiva ligada a las políticas públicas. Investigamos por qué la felicidad ostenta hoy el rango de ciencia medible y descubrimos al inventor del mapa de los países más felices y desgraciados del planeta. entre ellos, chile.

Vivir en una buena sociedad y en un hábitat amigable, convivir en democracia, no dejar pasar las oportunidades, estar en pareja, tener trabajo, confiar en los demás, ser creativo, gozar de buena salud, sentir el reconocimiento de los otros y hasta comer chocolates son algunos de los factores que nos harían más felices, según varios de los últimos estudios que se han hecho en el mundo sobre el tema. En 2008, la felicidad es medida por especialistas con el mismo ahínco que si fuera una ciencia empírica. Sociólogos y sicólogos la han puesto en sus agendas de investigación y hay quienes la quieren convertir en cifras sin discusión, como el economista y parlamentario inglés Richard Layard, miembro de la Casa de los Lores, que propuso en su libro Happiness: Lessons from a New Science (2005) que el parámetro de la felicidad de un país reemplace al del crecimiento para medir su progreso. Y fue más lejos: insiste en que debiera ser la meta de toda política económica moderna.

Desde esa perspectiva, no extraña que el World Database of Happiness de Rotterdam, Holanda, tal vez el instituto de investigación más especializado en el tema, observe más de tres mil estudios sobre felicidad publicados en el mundo en los últimos veinte años. El WDH se dedica exclusivamente a esta «sensación» (con esa palabra se la describe en los estudios) y a todos sus parámetros. Para hacer sus informes, se basa en cientos de encuestas e investigaciones de todos los tamaños y calibres en cada país, desde las sociológicas hasta las económicas y turísticas. Así, la muerte de un familiar, cambiarse de ciudad o un aumento de sueldo cobran una dimensión directamente proporcional al contento y satisfacción en la vida.

En su libro La Geografía de la Felicidad –según The Economist «la última contribución al creciente campo de la sicología positiva»–, el periodista norteamericano Eric Weiner plantea un mapa turístico–sociológico de los países más felices y más tristes del globo basándose en los estudios del World Database of Happiness. Con él diseñó su viaje exploratorio, que incluyó a las naciones más representativas de las dos puntas extremas de la escala. Estudio en mano, se enteró de que los nórdicos, sobre todo los daneses, islandeses y finlandeses, son los pueblos más felices de la Tierra en 2008 . Y que los africanos habitantes de Tanzania y Zimbabwe se encuentran al otro extremo.

Weiner, quien lleva muchos años de carrera periodística como corresponsal de guerra en unos 30 países del globo, decidió escribir su libro una tarde en que, reflexionando, se dio cuenta de que llevaba casi media vida trabajando en los lugares más desolados e inhóspitos del planeta. Bajo bombazos, entre trincheras y edificios a medio destruir. «¿Por qué no conocer también los sitios más felices?», se dijo. Fue el punto de partida de su aventura.

La travesía fue una peregrinación de dos años por distintos continentes, salpicada por regresos a Washington a ver a su familia. Así nació La Geografía de la Felicidad, que él considera un «idea travelogue’, un catálago de ideas.

En el otro extremo, el profesor Eric Wilson –también norteamericano–, de la Universidad Wake Forest en Carolina del Norte, se declara en contra de la búsqueda de la felicidad como la panacea del siglo veintiuno. Así lo afirma en su libro, recién publicado, Against Happiness: In Praise of Melancholy. Para Wilson, la obsesión del mundo –y sobre todo de sus compatriotas– por huir de la pena, desprestigia a la melancolía, «fuente de la creatividad, el genio y el brillo intelectual a través de los siglos». En ese sentido, Weiner dice en su libro que los felices de hoy serán los nuevos tristes de mañana porque buscar la alegría termina por crear frustración.

Así, mientras en el hemisferio norte la polémica ha tomado cada vez más fuerza e interés, Chile se ha hecho eco de las nuevas tendencias.

Según el sociólogo Eugenio Tironi, autor de Crónica de viaje; Chile y la ruta a la felicidad, es un fenómeno claro que el mundo está introduciendo nuevos parámetros para medir el desarrollo. La felicidad y el medio ambiente serían dos de ellos. «Así como los países pobres tenemos hoy conciencia de que una atmósfera y ríos limpios nos son esenciales, también tenemos la tarea de buscar ser felices aunque no tengamos un ingreso de 20 mil dólares per cápita. Hoy Chile alcanza los trece mil, pero no podemos esperar. Una nación como Bután, por ejemplo, no mide su Producto Geográfico Bruto si no su Felicidad Geográfica Bruta».

Los países latinoamericanos gozamos de un bono especial cuando se mide nuestra felicidad. Los expertos, entre ellos el WDH y Weiner, lo llaman «bono latino» y es el responsable de que, en las mediciones, muchas de nuestras naciones obtengan resultados positivos de contento, aunque sufran pobreza, duras condiciones de vida e inestabilidad política. Es el caso de Colombia y México, que en todos los gráficos figuran lejos de la línea de la riqueza, pero paradójicamente, cerca de la de la felicidad. El periodista Eric Weiner explica esta situación por «los fuertes lazos familiares que existen en las sociedades latinoamericanas. Está comprobado que la familia y las redes de solidaridad social son factores decisivos en la sensación de satisfacción y contento. No conozco a fondo el caso de Chile, pero ustedes tienen un gobierno estable, prosperidad en aumento y lazos fuertes de familia. Una combinación ganadora». Él no visitó Latinamérica en su estudio porque casi todos sus países caen en la media.

Chile ocupa el lugar 37 en la medición de felicidad de 95 países del mundo, según Rotterdam. En una escala del cero al diez, sacamos un 6,7 en nuestra sensación de contento frente a la vida. Es un lugar intermedio en la tabla, como el de la mayoría de los países latinoamericanos, resultado que sorprende. «La satisfacción de vida promedio en América Latina es mucho más alta de lo esperable si nos atenemos a su riqueza y situación política. No sabemos bien por qué…», dice uno de los grandes expertos mundiales que le otorgan a la felicidad el peso de una ciencia. El profesor de la Universidad Erasmus y director del World Database of Happiness de Rotterdam, Ruut Veenhoven, ha dedicado su carrera como sociólogo y sicólogo social a estudiar las curvas y resultados de cientos de investigaciones sobre el gran tema que lo apasiona desde fines de los años sesenta. A los 66 años, lleva media vida observando y midiendo los parámetros del contento en los países.

Veenhoven no se complica al definir la felicidad y explica desde Rotterdam: «Es la apreciación subjetiva de nuestra vida. En otras palabras, cuánto le gusta a uno la vida que uno lleva».

–¿Cuáles son los factores principales que influyen en la felicidad personal?

–Vivir en una buena sociedad y en un hábitat amigable; tener talento y valentía para tomar las oportunidades y contar con un poco de suerte.

El profesor Ruut Veenhoven dirige también el Journal of Happiness Studies, publicación especializada en el tema, ligada a los avances en el mundo.

Ya se sabe que quienes más gozan la existencia en el mundo son los escandinavos. «Son países ricos, democráticos, bien gobernados y que respetan los derechos de sus mujeres. Sus sociedades ofrecen un amplio abanico de posibilidades y dejan mucho espacio para que el ciudadano común se desarrolle y respire». Porque la libertad es otra condición para ser feliz.

Cuando Weiner comenzó su peregrinación por los países más satisfechos llegó naturalmente a los nórdicos. En su lista figuraban Suecia, Dinamarca, Noruega, Islandia y Finlandia. Eran los punteros en felicidad junto con Suiza y Austria, según los datos del WDH de Rotterdam, que fue su alma mater en el tema. Desde Washington recuerda: » Me di cuenta de que los nórdicos son pueblos muy homogéneos desde el punto de vista racial, además de vivir ordenadamente debido a la estabilidad de sus sociedades. Los suizos, por su parte, son muy felices porque tienen mucho control de sus vidas: en la democracia que gozan, en su actitud discreta hacia el dinero y porque comen mucho chocolate, que aumenta las endorfinas. Islandia, que también visité, es feliz por otros motivos. Es un país pequeño con un gran sentido de comunidad y muy creativo: publica más libros per cápita que ningún otro en el mundo».

Para explicar, en cambio, porqué Zimbabwe se halla al final de la lista del WDH –ocupa el lugar 94 con un 3,3 en la escala del cero al diez– el profesor Ruut Veenhoven es claro: «Es un país pobre, antidemocráctico y mal administrado. Una nación fallida».

La pobreza, sin embargo, es un factor curioso en las mediciones de satisfacción de las naciones. Hasta cierto nivel de desarrollo, la riqueza hace definitivamente la felicidad. Sin embargo, al elevarse el ingreso per cápita en una nación pareciera que el dinero deja de influir en la sensación de contento. Enriquecerse pierde potencia. «En ese sentido, sólo los países menos favorecidos por la fortuna sienten más bienestar a medida que aumenta su riqueza. En las naciones ricas, no tiene influencia «, agrega Veenhoven.

Esa fue también la tesis de Richard Layard. Y también, que toda política pública debe hacer feliz a la gente. Layard fue uno de los primeros en decir alto y fuerte en Europa que el bienestar de un pueblo es tarea colectiva.

Pero sin duda uno de sus postulados más importantes es el que afirma que la felicidad que reporta el ingreso va en relación a las expectativas de cada cual, según su mundo de referencia. En simple, el primero en adquirir un auto de lujo se sentirá espléndido, pero cuando todos en su entorno lo pueden hacer, la satisfacción que le reportó la compra desaparecerá. Más aún, según Layard, un aumento en el ingreso de quienes te rodean hiere tu felicidad. Porque el ingreso no sólo sirve para comprar sino también para compararnos. Es la medida de cuánto somos valorados por otros. Si todos aumentan su poder adquisitivo, permanecerán más infelices aquellos cuya posición sigue estando bajo la media, aunque también hayan mejorado.

Layard cree que las enfermedades mentales son una de las causas principales de la infelicidad. Por eso, desde 2006, lidera una campaña en Gran Bretaña para proporcionar terapia a quienes sufren de depresión y ansiedad. El mismo principio lo aplica en los aspectos emocionales de la educación infantil.

En su libro Happiness: Lessons from a New Science, el profesor Layard echa luz sobre paradojas del desarrollo en los países con mayor ingreso. «Las personas en Estados Unidos, Japón y Gran Bretaña, por nombrar algunas sociedades de altos ingresos per cápita, no son más felices que hace cincuenta años, y eso que su estándar de vida ha subido a más del doble. No sólo no se declaran más felices, sino que sufren el aumento de devastadores índices de alcoholismo, depresión y criminalidad». Estudia las razones y propone algunas soluciones que se internan por el diseño de políticas públicas para controlar, por ejemplo, la tendencia a trabajar demasiadas horas en desmedro de sanadoras horas de ocio.

Layard habla en simple para decir verdades que son comprobables con estadísticas. «El dinero no hace más feliz a las personas, pero sí el estar en pareja. Es un hecho que los casados y enamorados viven más tiempo y en mejores condiciones». Por el contrario –según todos los estudios–, el divorcio y la separación son una de las principales causas de infelicidad en todos los estratos socioeconómicos.

Otra causa fundamental de tristeza profunda es el desempleo. «El trabajo no sólo otorga ingresos. También le da sentido a la existencia, por eso la cesantía es desastrosa: afecta la autoestima y las relaciones sociales del individuo», dice también .

En Washington, Eric Weiner está sorprendido por el éxito de su libro, que escribió simplemente para responderse a sí mismo.

–Y hoy ¿usted es más feliz que antes?

– Buena pregunta. Diría que hoy soy menos infeliz de lo que era antes de escribir mi libro. Uno de los problemas que causa el querer desesperadamente correr tras la felicidad es que las expectativas se disparan. Y eso es peligroso. Si uno se descuida, el resultado puede ser contraproducente. Por eso, he aprendido a mantener a raya mis expectativas. Antes de mi libro, yo era el típico norteamericano convencido de que la felicidad era un problema netamente personal y privado. Aprendí de mi equivocación. Ser feliz es una responsabilidad colectiva, que nos atañe a todos, y que está definitivamente unida a las relaciones humanas.

Los chilenos:
Exitosos pero frustrados

En Colombia, algunos niños combaten en guerrillas y hasta hace poco 61 personas eran asesinadas por cada cien mil habitantes. En Chile, el 82,9 de los menores va al colegio y no se registra un solo homicidio por igual cantidad de gente. ¿En cuál de los dos se vive más feliz? No en el segundo, sino en el primero. Al menos, eso dice el ranking mundial de felicidad elaborado en 2006 por el «World Database of Happiness». Colombia aparece número dos en la lista, justo detrás de Dinamarca, quien obtuvo la mejor nota. Chile, treinta puestos más atrás.

¿Cómo se explican estos resultados? Los expertos proporcionan un concepto: el «exitismo frustrado». «Un exitoso frustrado es alguien que, pese a haber aumentado significativamente su ingreso, se muestra descontento ante su situación económica», afirma Carol Graham, académica de la Universidad de Maryland e investigadora de The Brookings Institution, un centro de estudios dedicado a las políticas públicas ubicado en Washington.

De acuerdo con ella –quien acuñó el término en 2002, al finalizar un artículo sobre el tema referido a Rusia y Perú- , esta característica es propia de los países en vías de desarrollo y contextos urbanizados. Se origina, en parte, cuando las personas perciben desigualdades socioeconómicas a su alrededor: al ver que a otros les ha ido mejor, los individuos sienten descontento e insatisfacción hacia su vida, incluso si ellos mismos también han progresado. «Chile es un candidato perfecto», sentencia.

«El fenómeno tiene que ver con nuestra incapacidad de gozar lo obtenido», explica Marta Lagos, directora de la Corporación Latinobarómetro, institución que realiza estudios de opinión pública en dieciocho países de América Latina. Los números parecen darle la razón. Chile se ubica en el puesto número 40 del último Índice de Desarrollo Humano publicado por las Naciones Unidas. Figuramos con un alto nivel en salud, escolaridad y calidad de vida, pero apenas alcanzamos el medio–bajo en satisfacción como país.

Según la investigadora, esta tendencia se observa en nuestra incapacidad nacional de festejar. «Las chilenas no tienen traje de baile porque aquí no existen bailes. ¿Por qué? Porque no celebran. En otros países hasta el menor de los logros es con carnaval callejero. Incluso nuestro Bicentenario va a ser una celebración de exitosos frustrados, una fiesta sin ningún brillo», dice. Marta es lapidaria: «Y en Chile nadie festeja. La razón es que nunca estamos donde queremos llegar».

Tampoco llega, entonces, la felicidad.

Platón, al describir la naturaleza insaciable del deseo, lo compara con un barril agujereado: por más que se llena, sigue estando vacío. La metáfora serviría para describir al país: «Para los chilenos, la felicidad es algo imposible de alcanzar», resume Lagos. De acuerdo con la directora de Latinobarómetro, las generaciones anteriores tenían una actitud más positiva ante el mundo y, consecuentemente, su satisfacción ante la vida era más alta. ¿Por qué cambiamos? «Hemos dejado de ser una sociedad familiar, tradicional, comunitaria, con vínculos y relaciones sociales y una vida religiosa intensa», explica el sociólogo y experto en políticas públicas, Eugenio Tironi, aludiendo a factores que aportan satisfacción. «Chile comenzó a sufrir su erosión en los años 80, porque nos transformamos en una sociedad de mercado, individualista, competitiva y con pocas redes de apoyo en momentos de crisis», afirma.

Así lo confirman los estudios: de acuerdo con uno realizado por Cieplan en 2007, quienes tiene una mayor cercanía a su familia nuclear son más felices. Por ejemplo, quienes visitan más seguido a sus padres se muestran más felices que quienes no lo hacen. Por otra parte, y según la misma encuesta, aquellas personas que perciben mayor solidaridad a su alrededor, alcanzan mayores grados de satisfacción que aquellos que no.

Chile no sólo tiene un comportamiento paradójico en relación a sus índices de felicidad y bienestar objetivo. Tampoco se adecua a las tendencias etarias en satisfacción. Según Eugenio Tironi, si ésta se graficara a lo largo de la vida completa de una persona, tendría la forma de una «U». Con la mayor satisfacción en la adolescencia, la menor en la adultez y otra vez alta en la edad madura. «Entre los 30 y 50 años eres menos feliz, porque ahí hay un período que es como el valle de la muerte: tienes que luchar por tener estatus, mantener a tu familia, educar a los hijos, y eso te obliga a trabajar mucho», explica. Sin embargo, en el caso de un chileno, el gráfico de la felicidad trazaría una línea distinta de la que suele dibujar en el resto del mundo. «Aquí las personas sobre 60 años reportan niveles de felicidad bajos, quizás no se da la «U» típica por la inestabilidad de los sistemas de salud y previsión que hay en Chile». concluye.

Publicado en CONOCIMIENTO, REFLEXIONES.

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